lunes, 10 de enero de 2011

La Degradación de un Monstruo - Parte I

Cuenta el autor inglés Neil Gaiman que para su Libro del Cementerio se negó a utilizar la palabra "vampiro" para describir a uno de sus personajes. Lo que hizo el autor fue darle las características con las que generalmente se asocian a dichos seres y dejar que el lector sacara sus conclusiones. El proceder de Gaiman se debió, según sus propias palabras a que el término vampiro en la actualidad se encuentra bastante devaluado.


Razón no le falta a Neil Gaiman: en la actualidad los vampiros han salido de sus viejos y polvorientos castillos, se han deshecho de sus atúdes y ni hablar de sus ruidosas carrozas. No, los vampiros modernos conducen motocicletas último modelo, conquistan los corazones de las adolescentes y no son afectados por los rayos solares. Poco se iban a imaginar los aterrorizados espectadores que en 1922 acudieron a las salas de cine a presenciar el nacimiento de la Obra Maestra del género vampírico: Nosferatu: eine Symphonie des Grauens de F. W. Murnau que esa espeluznante criatura con el pasar de los años se convertiría, primero en un seductor irresistible y en la actualidad en un ícono adolescente.


Creo que mucho tuvo que ver la versión que de la creación del autor irlandés Bram Stoker hiciera el cineasta Tod Browning en 1931. En ella, el extraordinario actor húngaro Bela Lugosi da vida a un refinado y elocuente Conde Dracula. Después vinieron caracterizaciones como la de Christopher Lee en la que se fue perfeccionando el carácter seductor del vampiro. Y aunque en el mundo de la ficción literaria, la sensualidad siempre ha sido una característica inherente al mito del vampiro (autores como Stoker o Joseph Sheridan LeFanu, quienes vivieron durante la conservadora época victoriana se limitaron a un erotismo sugerido pero por lo tanto, más perdurable) se considera como momento clave la aparición de la novela de Anne Rice, Entrevista Con El Vampiro como la que impulsó de la imagen del vampiro moderno.


Rice dotó a sus personajes de una sensibilidad muy pocas vista antes, con vampiros que se negaban a beber sangre humana y capaces de profundas reflexionas filsóficas. Pero también les otorgó un status de rock stars, casi de héroes trágicos. Otro factor que contribuyó a cambiar la percepción colectiva de la imagen del vampiro fue la versión que de el Conde Drácula hiciera el director Francis Frod Coppola en 1992, quién realizó algunos cambios sustanciales con respecto a la novela original. Uno de ellos, fué relacionar al Conde directamente con la imagen de Vlad Tepes.

El otro fue mostrar una historia de amor, cosa que no sucede en la novela original de Stoker. Estos cambios han contribuido en mayor o menor medida en que al día de hoy tengamos personajes como los que habitan las novelas de la autora estadounidense Stephenie Meyer (que no vienen siendo otra cosa que una mojigata metáfora acerca de la virginidad y una pureza mal entendida), o los protagonistas de la serie Vampire Diaries que poco les falta para ser super héroes. Con este trasfondo, no deja de ser significativo que la película sueca Let The Right One In, haya cosechado el aplauso de los críticos respetando las características tradicionales de los vampiros. Ojalá que un éxito como ese le devuelva algún día la dignidad a un monstruo que en el cine y la literatura moderna vive al día de hoy, sus horas bajas...

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