"I'm in fucking heaven" decía un eufórico Sam Dunn en el documental Metal: A Headbanger's Journey durante su visita al festival de Wacken: Open Air al norte de Alemania, el evento de Heavy Metal más grande del mundo. Mientras veía la sucesión interminable de imágenes, conciertos, borracheras y de miles de fans de Metal en el festival me preguntaba que se sentiría estar en ese lugar y formar parte de todo aquella orgía metalera...
Entonces me vino a la mente uno de los principios que establece El Corán para los practicantes de la religión islámica: efectuar el viaje a la ciudad sagrada de La Meca (el centro de la religión islámica) por lo menos una vez en la vida si la economía y la salud lo permiten. Es un principio que me parece bastante razonable, y no siendo un servidor una persona religiosa decidí que aventurarme al norte de Alemania para ser parte del festival es algo que debería hacer por lo menos una vez en la vida. Este es el relato de un servidor en la fiesta más grande del Metal...
Comprados los boletos con varios meses de anticipación y con la fecha de inicio del festival (5 de agosto) cada vez más cerca, el viaje a Wacken inició en la hermosa ciudad de Hamburgo después de un vuelo de 10 horas desde La Gran Tenochtitlán y una posterior y rápida pasada por Frankfurt, para después tomar un rapidísmo (y carísimo) tren lleno en su mayoría de Metalheads al poblado de Itzehoe, cerca de la frontera con ese bellísimo país llamado Dinamarca.
Una vez ahí, no quedo otra cosa que esperar el shuttlebus (o metrobus) de los cientos especialmente preparados para la ocasión que se dirigían directamente y sin escalas al pequeño poblado de Wacken cada media hora en una organización más que eficiente...
Durante un recorrido de aproximadamente 30 minutos de duración escuchando algunos clásicos de Iron Maiden, durante el camino se podía ver chicos en bicicleta seguramente de lugares cercanos con sus playeras rockeras y haciendo la señal de los cuernos a los que íbamos en el bus.
Finalmente el trayecto había concluido y un servidor estaba, ahora sí, en Wacken o Pueblo de Vacas en alemán; una pequeña y tranquila población de poco más de dos mil habitantes situada en medio de la campiña alemana y que año con año se prepara para recibir nada menos que a miles de ruidosos Metalheads y que según cifras oficiales, este año estuvimos ahí ochenta mil fans del Metal durante cuatro días.
Lo primero que se percibe una vez ahí es un fuerte olor a abono (después de todo, es el Pueblo de las Vacas) con el que uno se familiariza rápidamente. Lo segundo son literalmente miles de tiendas para acampar situadas justo en la entrada del área del festival. Todos o la inmensa mayoría de los campamentos bajo la bandera del país de procedencia, la mayoría europeos.
A pesar de que el festival propiamente dicho no iniciaría sino hasta el día siguiente, casi todo el lugar estaba atiborrado de tiendas por lo que un servidor procedió a instalar lo que sería su humilde morada durante los días siguientes en medio de un pastizal húmedo pero confortable cerca de donde estaban unos ruidosos españoles. Ya que venía cargando con ella desde el otro lado del mundo, no podía traer una morada demasiado grande ni muchas pertenencias pero desde luego era mejor que la intemperie.
Una vez instalado el mini campamento, se llegó la hora de conocer propiamente la Tierra Santa de Wacken (según los planos colocados estratégicamente en diferentes áreas del lugar). Wacken es monstruoso, casi intimidante con miles y miles de enardecidos fans algunos con vestuarios bastante estrafalarios pero todos representantes del algún subgénero metalero: desde blackmetaleros con los rostros pintados hasta fanáticos de corazón del resurgido hair metal; y por si fuera poco de diferentes nacionalidades, en su mayoría alemanes (obviamente) seguidos por sus vecinos daneses y muchísimos escoceses, los hay también franceses, portugueses, holandeses, españoles, canadienses, rusos, estadounidenses y gente de lugares un poco más distantes como Arabia Saudita y Brasil, así que caminando entre la muchedumbre daba una sensación inconfundible de una moderna Torre de Babel.
México también estaba presente en Wacken, encontrándome para mi sorpresa con bastantes connacionales. Ceci, una chica de Monterrey me decía que había gente de Chihuahua, Cuernavaca Guadalajara y por supuesto del Defectuoso...
La primera parada fué en el Wackinger Stage, tal vez la parte más interesante del área ya que en ella se encontraba una enorme parafernalia con todo lo concerniente a los antepasados vikingos que alguna vez poblaron este lugar con atracciones como espadas, combates a la usanza medieval, juegos y concursos. Así era posible ser torturado voluntariamente por medio de marcas de fuego o azotes en la espalda, y no eran pocos los descendientes de los mencionados vikingos que altamente alcoholozados se sometían a dichos tormentos...
... o ponían a prueba su habilidad con el manejo de las armas:
Y también hubo tiempo para algo de baile:
Pero ¿qué sería el baile sin algo de música? estos personajes se aventaron unos palomazos bien efectivos a base de gaitas esocesas:
Y no podían faltar los maestros orfebres que elaboraban artículos como cadenas, pulseras, colguijes, hachas y muchísimos más artilugios de la época medieval; ahí compré un colguije del Martillo de Thor, símbolo pagano de gran popularidad en la región. Los descendientes de Odín sienten un gran orgullo de sus ancestros vikingos, lo cual me parece estupendo.
El área del Wackinger estaba obviamente presidida por el Wackinger Stage en la que al día siguiente se presentarían los principales exponentes del Viking Metal y, aunque era un escenario de menores dimensiones que los demás, causó gran expectación:
Pero con tantas emociones, al caer la tarde llegó la hora de buscar algo para satisfacer el hambre cada vez más intensa y aunque había una amplia variedad...
...la elección casi obvia fue un dogo vikingo de 3 euros acompañado de excelente cerveza alemana a 3.5 euros y que por un euro más podías conservar un vaso conmemorativo del festival:
Todo mientras se contemplaba como una imponente grúa elevaba una especie de barra ambulante en la que podías degustar alimentos y beber cerveza mientras tenían una privilegiada visión desde las alturas, una más de las muchas atracciones de este increíble lugar.
Para cerrar el día era casi obligatorio adquirir una botella de deliciosa (aunque suave) aguamiel vikinga marca Wacken (of course) para pasar la primera noche en la campiña alemana.
2 comentarios:
¡¡¡Aaaaayyy Güeyyyyyyyyy!!!
Ora si me impresionó mister Seleme, que chingón que ande usté por allá.
Con la innvestidura que me ha otorgado el Señor (de los Anillos), lo nombro representante plenipotenciario de los rockeros duranguenses, para que a nuestro nombre y representación, disfrute el Wacken Open Air.
¡¡Felicidades!!
Compadre, gracias por la investidura, es todo un honor. Todavia estoy tratando de asimilar la experiencia de lo que significó el festival. Si no eramos los únicos mexicanos, me cae que sí los únicos representantes de la Perla del Guadiana ja ja.
El día que guste nos echamos un brindis pa' platicarle mas del relajo este.
¡Saludos!
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