Hace
mucho que no veo la ceremonia de los premios Oscar ni que tengo interés en
conocer a los ganadores del mismo. Dicha indiferencia se debe a que considero
que dichos premios son tan solo una auto celebración de la industria cinematográfica
estadounidense (en caso contrario, no contarían con la categoría de Mejor Cinta
Extranjera o de habla no inglesa). A pesar de lo anterior, vi de buena manera
el que la cinta del mexicano Alejandro González Iñárritu fuera la gran ganadora
de la noche de premiación que se celebró hace poco más de una semana.
Lo
anterior por el hecho de ser muestra contundente de que es posible aspirar a lo
más alto sin importar el tipo de actividad de la que se trate, con todo y que
no soy muy versado en la obra del director (únicamente he visto Amores Perros y
21 Gramos). Pero celebro aún más el que, en el escaparate más importante en ese
momento haya hecho patente la penosa situación de desgobierno que actualmente
atraviesa el país, sobre todo considerando el poco tiempo que tienen los
premiados para expresar sus agradecimientos.
Es
relativamente fácil evitar meterse en problemas, ser políticamente correcto y
evitar herir susceptibilidades, pero es más meritorio ser franco o por lo menos
hacer una alusión a una realidad compleja, difícil y que nos golpea a todos.
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