Este fin de semana se conmemora el vigésimo aniversario de la muerte del líder del movimento grunge Kurt Cobain. Se dice que ese 5 de abril de 1994 también murió el género que tanto revuelo causara a principios de los 90's y del que Cobain era su mayor exponente.
Las circunstancias que rodean su muerte aun no están del todo claras pero desde su deceso legiones de admiradores han creado todo un culto alrededor de su persona llegando a catalogarlo como un mito, portavoz de su generación y profeta del descontento de millones de jovenes alrededor del mundo.
Como alguien que vivió aquel fenómeno musical "desde lejos" (nunca me identifiqué con dicho género ni me deslumbró a diferencia de muchos jovenes de mi generación y de hecho, me parece más interesante la propuesta de su ex-compañero Dave Grohl) siempre me ha parecido que Cobain sólo era un músico que se encontraba en el lugar correcto en el momento adecuado y cuando menos lo pensó se encontró inmerso en un estrellato que nunca buscó y nunca quiso.
Tuvo la mala fortuna de editar un buen disco (Nevermind, 1991) justo cuando el fenómeno Glam Metal se estaba extinguiendo y el Grunge emergía como la única alternativa posible. Esto ocasionó que aquel tímido joven de Seattle fuera glorificado por sus fans y la prensa especializada a un grado imposible de soportar para cualquiera desembocando en el triste final ya por todos conocido.
Imposible ignorar su historial musical (motivo de esta entrada) pero Kurt Cobain no era un martir. Ni mucho menos un profeta. Se trataba sólo de un músico que lideró un movimiento cultural que finalmente, tampoco resultó ser la respuesta a las inquietudes de los jovenes de su epoca, lo que se puso de manifiesto al desaparecer a los pocos años de haber irrumpido en la escena musical mundial.
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